Hace unos años tuve la oportunidad de participar en uno de los cursos de conducción eficiente que lleva a cabo el IDAE y la Comunidad de Madrid a través del contrato que tienen con diversas autoescuelas. La mecánica del experimento fue bien sencilla, recorriendo un circuito urbano de unos 10 kilómetros, en el que primero emplearemos una conducción habitual y posteriormente una conducción “eficiente”.
Tras la vuelta normal se anota el tiempo empleado y el gasto de combustible en esos 10 kilómetros, que se compararán con el que hagamos eficientemente (en mi caso bajé de 6,5 litros a los 100 a 5,1). Entre una vuelta y otra se imparte una clase teórica en la autoescuela, en la que se nos entregará una carpeta con contenido teórico (plagado de gráficas y estadísticas incomprensibles) y se nos explicarán los conceptos clave a través del propio profesor, que nos dará consejos de cómo hacer que gastemos menos.
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Llegamos al destino y descubrí que gasté cerca de 1 litro menos, pero también me di cuenta de que la verdadera esencia de la conducción y el placer de conducir se habían perdido.
Además pregunté si compensaba ahorrar unos litros a los 100 desgastando nuestro motor tanto y nadie me supo contestar, porque es igual de malo circular pasado de revoluciones como ir muy bajo de las mismas, ya que todas las piezas del motor se desgastan prematuramente.
Por lo tanto, está bien saber en que consiste esta conducción, pero en la práctica no recomendaría llevarla a rajatabla.
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